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De escritura à écriture
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28 décembre 2020

Hola, Ya se esta acabando 2020 y viene un año 1,

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Hola,

Ya se esta acabando 2020 y viene un año 1, 2021. El empiezo de una nueva era. Espero que sea un Año Nuevo para todos. He escrito este pequeno texto para desearo lo mejor a todos.

Nous sommes presqu'à la fin de 2020 et vient une année 1, 2021. Le commencement d'une nouvelle ère. J'espère que ce sera une Nouvelle Année pour tous. J'ai écris ce texte pour vous souhaiter le meilleur à tous. 

 

Para ser Feliz…

 

            Quedan dos días para Noche Buena, pero solo esta mañana he pensado en ello. Estoy en un armario que es como una habitación de desahogo o una buhardilla empotrada donde pongo todo lo que no uso habitualmente y parte de los recuerdos también. Estoy sumergida adentro de la parte ropero que no tiene ropas, pero cajas y más cajas con tapas o sin. El suelo alrededor de mí, fuera del baúl de los trastos del pasado, está repleto de todo lo que no es lo que busco.

 

-          ¿Qué haces?

 

Doy un respingo y me doy contra la barra de las perchas en este recinto de los recuerdos.

 

-          Buscando algo.

-          ¿Y lo encuentras?

-          Todavía no, pero lo encontraré.

-          Bien. Que la fuerza te acompañe. Voy hacer un pastel de carne con coliflor, se me ha antojado.

-          Muy bien.

 

Prosigo la búsqueda con más frenesí y ahínco. Jerónimo se va. Es de antojos culinarios y soy la última en quejarme de esta peculiaridad ya que soy su probadora selecta. Después lanza invitaciones para cenar o almorzar a la familia,  tanto a la mía que a la suya para servirle su nuevo antojo. Después son los familiares y amigos que serán invitados casi requisicionado, pero vienen de buen grado. Jerónimo es así de único.  Las cajas se amontonan y hacen como una pared detrás de mí. Tendré cuidado de no dejar caer a ninguna.

 

-          Calima… ¿Quieres comer? Esta listo.

 

Me doy otro cocorrón en la cabeza, se caen dos cajas menos mal tapadas y me apoyo contra la puerta levemente.

 

-          ¿Puedes esperar las dos últimas cajas?

-          No sé si tendré bastante antojo para ellas dos.

-          Entonces voy a reducir a cero.

-          Perfecto, Voy a darle un toque de espera al pastelito.

-          Muy bien. Dile que ya llego.

 

Saco las dos cajas que quedan. Pesan algo y trastabillo con ellas hacia una mesa. Las dejo caer no de muy alto por si hay cosas frágiles adentro. Abro la primera y no encuentro nada de lo que busco. La cierro y la pongo de lado. Abro la última y pienso mucho a mi padre. Murió hace unos diez años. De hecho, pienso en él cada día. Trasteo adentro de la caja que es bastante profunda y toco un objeto que me recuerda algo. Lo atraigo y lo saco. Es él. Una pequeña figurina que es de un restaurante de comida rápida. No es muy grande, ni muy importante, ni tampoco muy valioso ya que no es tampoco la efigia de un personaje conocido y celebre. Acaricio el plástico coloreado y algo desteñido. Lo he tenido mucho tiempo conmigo, en mi bolso, en mis bolsillos, en todos los sitios donde iba o estaba. Un fetiche, un gris-gris, un amuleto de la suerte. Me ayudó, creo, aunque la sugestión siempre esté ahí.

Me acuerdo de la primera vez que me lo dio. Tendría unos siete años y tenía un mal día. Mi mejor amiga se había ido con nuestra enemiga y me encontré sola y también humillada. Decepcionada también y triste. No sabía qué hacer y no entendía nada. El sentimiento de traición era tan grande que estaba como entumecida por dentro. Mi padre decidió que era hora de regalarnos “un almuerzo de cosas buenas consideradas malas”. Así decía de esos restaurantes. Lo seguí, que remedio, pero no creía que eso ayudará a mi desconcierto y a mi dolor. Comimos entre los gritos de alboroto de los padres y de los niños, las idas y venidas y todo el tinglado que se monta en tales sitios, sobre todo cuando quedaban dos días para la Noche Buena. Como hoy. Estábamos sentados en una de esas mesas atornillada a un zócalo a su vez atornillado al suelo. Comia sin mucho afán. Mi padre me miraba mucho y esperaba que comiera algo. Había un envoltorio con una figurina. La que tengo en mis manos. Mi padre abrió la bolsita y sacó el muñequito. Lo miró, le dio la vuelta, lo hizo saltar por los aires. Captó un poco mi atención distraída por esa emoción tan atenazante y dolorosa que tenía en el cuerpo y en la mente.

 

-          ¿Cómo lo vas a llamar?

-          ¿Quién?

-          Este.

 

Miro el personaje y no sé qué pensar.

 

-          No ves… la felicidad es eso… algo pequeño que queremos cuidar y que a su vez nos cuidará y nos recordará que no estamos solos y que podemos sobrellevar todo si sabemos cuidar de nosotros y de esto.

-          ¿El muñequito?

-          El muñequito puede ser tu mejor amigo que estará contigo siempre y que tendrás como tu mejor amigo porque lo que desea es que estés feliz.

 

No entiendo lo que me dice.

 

-          ¿Cómo lo vas a llamar?

 

Me tiende el muñequito y lo miro. Más lo miraba y más me parecía simpático y hasta cariñoso.

 

-          Juan…

-          ¿Juan? ¿Estas segura?

 

Miro el muñequito, no Juan, y de pronto lo encuentro irresistible.

 

-          No ves, mi amor, la felicidad no necesita gran cosa… porque está en ti y solo quiere salir a flote y rodearnos como un abrazo.

 

Se levantó y se sentó en mi banqueta y me cogió contra el en una abrazo lateral. Me deje llevar y lloré un poco, cobijada y querida. Los años que siguieron me aferre mucho a Juan y me dio lo que  necesitaba en el momento que lo necesitaba. Una especie de catalizador. Hasta que apareció Jerónimo.

 

-          Calima… el antojo se está yendo…

-          Llego.

 

Dejo todo y bajo con Juan en mi regazo.

 

-          No hay caja para comer.

-          Bien. No creo que hubiera habido bastante para ellas. ¿Y este?

-          Es Juan. Es mi amigo de la felicidad.

 

Jerónimo se aproxima hasta pegar casi su nariz a Juan. Lo mira detenidamente. Le toca la manita.

 

-          Tiene buena mano. Hay bastante comida para él.

-          Gracias.

-          Perfecto. Juan Felicidad será nuestro probador segundario.

-          Es un gran honor.

-          Lo sé, pero la felicidad pasa por grande y pequeña cosa y sobre todo… por cada cual.

 

Miro a Jerónimo. Me sonríe y me abraza. Me trae a la cocina y me sienta delante de un plato. Miro Juan y pienso a mi padre y a su capacidad, su don de ser y de hacer felicidad siempre. Juan vuelve a mi vida. ¿Quién dice que las felicidades no pueden sumarse, crecer y repetirse tanto y cuando queremos? Felices fiestas y Feliz Año Nuevo.

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